Un fracaso moral
En enero, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, lamentó el fenómeno autodestructivo de la "fiebre nacionalista de vacunación", y recriminó a los gobiernos la falta de solidaridad, recordándoles que ningún país saldría airoso del COVID-19 en solitario.
El director de la OMS en África, Matshidiso Moeti, condenó el "acaparamiento de las vacunas "que sólo prolonga y retrasa la recuperación del continente. "Es profundamente injusto que los africanos en situación de mayor vulnerabilidad se vean obligados a esperar las vacunas mientras los grupos de menor riesgo de los países ricos se ponen a salvo", recriminó.
Al mismo tiempo, la agencia para la salud advertía proféticamente que cuanto más tiempo se tardara en acotar la propagación del COVID-19, mayor sería el riesgo de que surgieran nuevas y más resistentes variantes a las vacunas. Tedros calificó la distribución desigual de las vacunas de "fracaso moral catastrófico", añadiendo que "el precio de este fallo se cobraría vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo".
Conforme pasaban los meses, la agencia persistía en su mensaje. En julio, con la aparición de la variante delta, que se convirtió en la forma dominante de COVID-19, se cumplió el sombrío hito de cuatro millones de muertes atribuidas al virus —cifra que cuatro meses después alcanzó los cinco millones—. Tedros indicó entonces que las variantes del virus estaban ganando la carrera contra las vacunas “debido a su producción y distribución inequitativa”.