Honduras: La guerra de pandillas que aterroriza a uno de los países más violentos del mundo

DAVID RAUDALES
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San Pedro Sula, Honduras, 21 de diciembre de 2025 – En las calles de San Pedro Sula, considerada una de las ciudades más peligrosas del planeta, la vida cotidiana se desarrolla bajo la sombra constante de la violencia pandillera. Un nuevo documental titulado World’s Most Feared Gang War | Honduras: Enter at Your Own Risk, publicado por el canal Free Documentary, expone la cruda realidad de un país atrapado en un conflicto entre las maras MS-13 y Barrio 18, que controlan barrios enteros, extorsionan a la población y generan un ciclo interminable de muertes y miedo.

El filme, que sigue a unidades policiales, civiles, exmiembros de pandillas y periodistas, retrata operaciones policiales de alto riesgo, como redadas en zonas controladas por las maras tras el atentado contra un agente. En una de las escenas, se documenta el caso de Yosuer Oedo, un joven de 18 años asesinado de un disparo en la cabeza en el barrio La Pradera, un crimen que se suma a la larga lista de homicidios sin resolver. "Hay muchos casos fríos", señalan los agentes, mientras realizan patrullajes de saturación con fuerzas especiales para capturar sospechosos.

El periodista Héctor Mononttoya ofrece contexto histórico: las pandillas surgieron en Honduras alrededor de 1992-1993, evolucionando desde grupos de vigilancia vecinal hasta organizaciones armadas vinculadas al narcotráfico y la extorsión. Originadas en Los Ángeles en los años 80 entre inmigrantes salvadoreños, la MS-13 y Barrio 18 se fortalecieron con deportaciones masivas desde Estados Unidos, mutando en estructuras criminales que cobran "impuestos" de protección y controlan el flujo de drogas.

La población civil vive en un estado de alerta permanente. Jóvenes son reclutados a la fuerza, niñas enfrentan acoso y los residentes evitan colores, esquinas o barrios específicos para no ser identificados como enemigos. Vanessa Gómez, una madre del lugar, denuncia el hostigamiento policial hacia los jóvenes por su apariencia –gorras, aretes o tatuajes–, destacando cómo los varones son especialmente vulnerables. El documental captura incidentes cotidianos convertidos en tragedia, como el asesinato de un vendedor de llantas de 48 años, posiblemente por resistirse a un robo.

En medio de la precariedad económica, parejas como Alexander Pon y Hillary Reyes sobreviven vendiendo elotes asados, luchando contra la discriminación que enfrentan ex pandilleros con tatuajes visibles. Alexander relata intentos fallidos de migrar a Estados Unidos, donde fue detenido y discriminado. La religión emerge como un refugio: pastores como Douglas Rodríguez trabajan en prisiones rehabilitando a exmiembros de Barrio 18 mediante programas de iglesia, servicio comunitario y albergues.

El subcomisario Clemens Suazo defiende los esfuerzos policiales en sectores de alto riesgo como Chamelecón, afirmando que "los buenos son más que los malos" y destacando capturas clave, como la de un pandillero vinculado al ataque contra el oficial herido, cuyo estado de salud mejora. Sin embargo, a pesar de una reducción del 20% en homicidios reportada por la policía, los masacres han aumentado –21 en lo que va del año–, y la violencia sigue alimentando la migración masiva.

El historiador Alessio Fiaro Madrid atribuye parte del problema a influencias externas, como políticas estadounidenses que han exacerbado contradicciones capitalistas en la región. Las deportaciones agresivas bajo administraciones como la de Donald Trump han reintegrado a miles de pandilleros, aunque con programas de capacitación para su reinserción.

El documental concluye con un mensaje mixto: mientras las redadas policiales interrumpen la vida diaria –cerrando comercios y paralizando el transporte–, comunidades enteras resisten mediante la fe, la educación familiar y la esperanza en un futuro más seguro. Sin embargo, la guerra entre MS-13 y Barrio 18 parece lejos de terminar, convirtiendo a Honduras en un territorio donde entrar implica asumir riesgos extremos.