De luchar contra la falsificación de dólares a proteger a los presidentes y expresidentes: la historia del Servicio Secreto de EE.UU.

DAVID RAUDALES
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 Un agente del Servicio Secreto ante el vehículo del presidente Joe Biden.

[EPA]

Su misión es interponerse entre la bala y el presidente.

Generalmente los vemos sobriamente vestidos de negro, hombres -y mujeres- serios e impasibles con sus sempiternas gafas de sol, acompañando a los presidentes y candidatos presidenciales de Estados Unidos y oteando los alrededores en busca de una posible amenaza.

El pasado fin de semana no lograron verla a tiempo.

Pero su reacción fue la que se espera del Servicio Secreto de EE.UU.: se lanzaron sobre Donald Trump para proteger con sus cuerpos al expresidente y, cuando la amenaza pasó, lo metieron a la fuerza en un vehículo blindado -él parecía querer en algún momento zafarse para seguir hablando a sus seguidores- y lo sacaron rápidamente del lugar de peligro.

Pero su misión no siempre ha sido esa. De hecho, cuando el Servicio Secreto se fundó en 1865, su objetivo principal era combatir la falsificación de moneda en un país devastado por el conflicto bélico.

Cuando finalizó la guerra de Secesión o guerra civil estadounidense, se calcula que un tercio de todos los dólares que circulaban en el recientemente reunificado país eran falsos.

Esta abundancia de papel moneda falsificado ponía en peligro la estabilidad financiera del país, según la propia historia del Servicio Secreto. El Departamento del Tesoro decidió entonces crear una agencia para combatirlo, a la que llamaron “División del Servicio Secreto” y nombró a William P. Wood como su primer director.

A lo largo de los años, y como consecuencia de su éxito en reducir el número de billetes falsos en circulación, su mandato se amplió para incluir otros delitos federales, como el contrabando o el robo de correo.

Su misión dio un giro, sin embargo, tras el asesinato del presidente William McKinley.

El 6 de septiembre de 1901, el anarquista Leon Czolgosz aguardó pacientemente su turno en la cola de personas que querían saludar al 25 presidente de Estados Unidos durante la Exposición Panamericana y, cuando llegó su vez, le disparó dos veces en el abdomen. Su artimaña no fue muy sofisticada: escondió el revolver debajo de un pañuelo.